Capítulo 11
Hoy no tenía que ser un día especial. Me he despertado, como casi cada día, arremolinado en el vientre de mi amor. He caminado torpemente al baño. Me he aseado. Cuando he abierto los ojos ahí estaba ella, mirándome con ojos de gato, hemos hecho el amor, nos hemos abrazado bajo la lluvia caliente. Nos hemos vestido y hemos caminado juntos hasta el salón. Iván nos esperaba jugando a la consola, como tantas otras mañanas. Hoy no debía ser un día especial, pero al mirar los ojos de Iván, sobre su nariz sobre su sonrisa feliz de matar monstruos, he descubierto una pena inmensa de inmensa soledad. No he dicho nada al respecto, como hoy no debía ser un día especial he ignorado esta imagen y he mirado a mi mujer para besarla, mi error: abrir los ojos. He visto sobre su beso su naricita debajo de sus ojos cerrados, y he visto en sus labios una soledad inmensa, de inmensa pena.
Hoy no debía ser un día especial, pero lo es. Porque una inmensa sensación de soledad me ha atrapado para el resto del día. No he dicho nada a mi mujer. No he dicho a mi mujer lo que he visto cuando horrorizado he visto en el espejo, en mi propia boca, en mis propios ojos, toneladas de soledad acumulada. He cogido la cámara. El trípode. Y he decidido salir a fotografiar la soledad.
Primero Iván, que ya no está jugando a la consola porque está persiguiendo cucarachas. Le he dicho: mírame. Y he fotografiado sus ojos llenos de soledad. Luego mi mujer, que estaba en el salón leyendo a Julio, le he dicho: a ver, amor. Y he fotografiado sus labios repletos de soledad. He salido al desierto. Mi casa indestructible se alzaba sobre los restos del mundo, la he fotografiado con toda su soledad. He dado la vuelta a la cámara y me he fotografiado a mi con mi desierto. He echado a caminar y he fotografiado piedras, extensiones vacías, cucarachas, he escrito algún poema en mi Moleskine, sobre la soledad.
Sentado en una piedra he llorado y le he hablado al desierto:
Desierto rojo, la soledad es tu fruto.
Tras esto he vuelto a casa. Ya vencido este día.
Capítulo 12
Mi mujer llora. Iván llora. Yo estoy llorando. Los tres estamos aceptando mi pronta partida. Los tres estamos de acuerdo, aun poniendo en riesgo nuestro pequeño paraiso familiar, en que va siendo hora de un viaje, una búsqueda. Que ya va siendo hora de cumplir el sueño atroz que tuve. ¿Buscar más vida? ¿No me bastan mi mujer y mi hijo? ¿No me basta mi vasto mundo rojo? ¿Las cucarachas? No. No me bastan. Ayer sufrimos tanta soledad que sentí que íbamos a un paredón de fusilamiento. Tanta que pensé que era hora de arriesgarlo todo, de apostar a ganar. De encontrar a más gente. De explorar nuestro mundo. Así se lo conté a mi mujer, y así, llorando, ella me respondió que me entendía, que también había visto nuestros cuerpos arrasados a tiros en la pared de nuestra casa indestructible. Así se lo contamos a Iván, y así llorando, el apoyó la idea.
Ya lo dije hace mucho. Hace falta mucho más que una familia y un mundo destruido para ser feliz.
La conclusión: preparativos. Mochila enorme, botellas de agua, latas de conserva. Besos, brazos que se pierden mientras yo me alejo. La conclusión: el viaje. A ver a dónde llego. A ver si llego vivo.