En crisis. Porque de la crisálida
no asoma tu cristalina crisma.
Crisantemo de luz cristiana,
mi voz, crisolada,
con crispados aullidos llama a tu cuerpo.
Restos de crisoprasa en tus cristales,
cristalinas esferas para esta primavera temprana.
La crisopeya iniciaste.
El cristofué, de bronce a oro, tornose.
Sus alas doradas abrió y, más allá de cristiandades,
cristianismos y cristianizaciones, voló.
Cristianísimo rey sin Francia de los cielos.
Aunque me creáis en el suelo, estoy en el crisuelo,
en la luz que despide su fuego, cristaloidea,
crismón en mano
en marcha militar por tus cristianos dominios.
La cristalografía de tu cuerpo y tu mente es caótica.
Formas imposibles sobre la crisuela derramas,
despacio, crisopacio,
o de manera urgente, cristianamente.
Ay, tus ojos, Cris... Crisolebiros.
Cómo me gusta que me miren con crispatura.
Como con un cristel amable me llega tu mirada al alma.
Las puertas prohibidas abres al jardín de las crisobalanáceas,
crisnejadas a mi piel desde que tu café y esas cristianas cosas.
Crispiras sobre mí, dibujando un mejor yo, con crisocolas.
Insólitos crisólitos nonatos me nacen en los ojos desde que existes.
Crisomélidos vuelan de la punta de mis dedos desde que existes.
La crista asoma este montón de piedra desde que existes.
Tras la cristalera soy un espejo desde que existes.
Tengo rictus de (anti)cristo desde que existes.
Estoy en el cristus desde que existes.
Cris, soy Iván desde que existes.
Te juro que no tengo intención de abandonar mi cristinitis,
enfermedad de la que pienso adolecer por mucho tiempo sin tiempo.