Fauno, de Arnold Böcklin |
El Señor Amapola pasó cerca del Río, hablaba con los pájaros, los árboles, las cosas, y todas le decían que fuera a ver al Río. El Señor Amapola continuó su camino ignorando la corriente. El Río fluía casi contra su voluntad. El Señor Amapola se detuvo a hablar con el Olmo. El río fluía deseando estancarse. Se crecía entre sus piedras, que cada vez eran más impertinentes y le dolían más. El Olmo le dijo al fauno que no, y el fauno le dijo al Olmo que sí. Los dos tenían razón. El rumor de las piedras extendió la idea de que el Río un día se iba a estancar de pleno terror. Los peces lo habían comentado ya con las ranas, y las ranas no se lo discutieron porque sabían que los peces, al menos las carpas, al menos las de este bosque, no solían hablar en vano, ni murmullar rumores falsos. Las carpas, según la forma que el Río las acariciaba, intuían que pronto sería un día fatídico. Que todo peligraría. Que inevitablemente o sin remedio el desamor mordería el nucleo vital del bosque, que se bebería la energía del Río y sus ganas de ser.
El Señor Amapola se encaminó a los límites del bosque.
El Río iba cediendo su cadencia.
El Señor Amapola puso un pié tras la linea imaginaria y luego el otro.
Entró en el nuevo mundo.
El Río perdió la mayúscula, convirtiéndose en río... Y se paró en seco..."
Комментариев нет:
Отправить комментарий
se asoman al espejo